El resplandor anaranjado del sol se posa sobre una joya oculta, una extensión de espacio verde no más grande que un estacionamiento en la zona oeste de Atlanta.
El olor de la hierba recién cortada inunda el aire mientras el sonido seco pero incesante de las viejas palas sacudiendo el compost se ve opacado por las risas de los niños de primaria. Adultos mayores acompañan a los niños y les enseñan a cuidar las hileras de hierbas, verduras y frutas. Una niña, Amara (o cariñosamente, "Ra-Ra"), no puede contener su emoción. "¡Ésta es la buena! Miren cómo arranco éste". La niña de nueve años tira y afloja de un melocotonero testarudo.
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Astuta como un zorro, capaz de leer al nivel de una bachiller y con el más tierno acento sureño, Ra-Ra se está formando para convertirse en maestra jardinera junior en la huerta comunitaria Mother Clyde Memorial West End Garden. Su proyecto es cuidar los árboles de melocotón. Le enseñé a Ra-Ra, como mis mayores me enseñaron a mí, desde cómo sembrar las semillas hasta el cuidado de los árboles. Como maestro jardinero, superviso nuestro huerto frutal, donde prosperan manzanas, peras y nuestros apetecidos melocotones de Georgia. Sin embargo, el verdadero plato fuerte está en la cocina, donde recogemos los frutos de nuestro trabajo. Me complace ofrecer a la comunidad tutoriales de cocina con ingredientes procedentes directamente de nuestra huerta. Ra-Ra se ha hecho famosa por su popular creación, "el chutney de melocotón de Ra-Ra", una delicia que se puede degustar en el mercado campesino del West End.
Esta fotografía dista de lo que la comunidad vivía hace tan solo unos años.
La huerta urbana Mother Clyde Memorial West End Garden.
Crédito: Wellington Onyenwe
Situada en la Comisaría de la Zona 4 del Departamento de Policía de Atlanta, esta comunidad ha experimentado históricamente altos índices de delincuencia debido a la pobreza y a la exclusión sistémica. En los ochentas y noventas, el terreno verde donde hoy crecen melocotones era una zona con uno intenso tráfico y consumo de drogas, acceso limitado a alimentos frescos y una elevada presencia de delincuencia y trabajo sexual. La situación empeoró aún más las relación con la policía, que ya estaba marcada por tensiones y conflictos. La Zona 4, asolada por la delincuencia, ahuyentaba cualquier interés comercial – incluidas las tiendas de comestibles – de abrir locales en el barrio.
El Mother Clyde Memorial West End Garden se enfrentó a numerosos retos que podrían haber provocado su fracaso, como un acceso limitado a la tierra, restricciones financieras, limitaciones de infraestructuras, obstáculos normativos y de zonificación, falta de apoyo comunitario y conocimientos técnicos y formación limitados. No obstante, esta huerta urbana va más allá de la mera producción de alimentos, pues integra la agricultura sostenible con programas de educación, entrenamiento laboral, emprendimiento y desarrollo comunitario. Al facilitar el acceso a alimentos frescos y nutritivos y fomentar al mismo tiempo los negocios agrícolas, la huerta ofrece soluciones concretas para combatir las injusticias medioambientales. Es un modelo de positividad y esperanza en una zona plagada de desiertos alimentarios.
El impacto de la huerta se extiende más allá de la agricultura. Si utilizamos enfoques comunitarios similares a los empleados en el huerto, podremos abordar diversos aspectos de la vida en la Zona 4. Si utilizamos enfoques comunitarios similares a los empleados en la huerta, podremos abordar diversos aspectos de la vida en la Zona 4. Esto incluiría cultivar las relaciones entre las fuerzas del orden y la comunidad. El huerto tiene el potencial de sembrar nuevas relaciones entre la policía y los residentes al tiempo que fomenta el entendimiento y la colaboración.
El Mother Clyde Memorial West End Garden no sólo aborda la inseguridad alimentaria, sino que también actúa como catalizador para el desarrollo de habilidades, la conexión, la mejora de la salud y el desarrollo general de la comunidad. Al adentrarnos en su éxito en la lucha contra los desiertos alimentarios y el fomento de relaciones positivas en la Zona 4, podemos capturar la esencia de esta iniciativa transformadora.
Apartheid alimentario: la fuerza detrás de los desiertos nutricionales
Cuando era pequeño, sentía una gran curiosidad por la cocina y por explorar las diversas influencias culturales de los lugares donde vivía. En Nigeria, donde pasé mis primeros años, la agricultura era una forma de vida. El acceso a los alimentos frescos dependía de la cosecha en nuestro pueblo y de los viajes a los mercados en ciudades cercanas. Esta conexión sembró en mí el interés por entender de dónde viene la comida.
Cuando nos mudamos a los Estados Unidos a principios de los noventas, especialmente en zonas urbanas, noté que el acceso a alimentos frescos y nutritivos se había vuelto un reto. Muchos barrios no tenían tiendas de abarrotes o mercados campesinos (también llamados tianguis) con opciones económicas. Finalmente, al acabar aterrizando en Compton (California), este acceso limitado hizo muy difícil mantener una dieta sana que incluyera alimentos culturalmente significativos.
El Chef Wellington Onyenwe sujetando una rama de melocotonero cortada.
Crédito: Wellington Onyenwe
Durante mis estudios de pregrado (licenciatura) en UC Berkeley, me encontré con el término “desierto alimentario”, que describe un lugar en el que la mayoría de habitantes viven a una milla o más del supermercado más cercano, o tienen acceso limitado a comida saludable y económica debido a su nivel de ingresos, su ubicación o la falta de transporte. Pero, a diferencia de los desiertos reales, los desiertos alimentarios no suceden naturalmente: son el resultado de la negligencia. De ahí viene la idea de que son un apartheid alimentario.
La Zona 4 de Atlanta es un ejemplo perfecto de esto. Las barreras de acceso a alimentos saludables y frescos se explican no por la falta de iniciativa de la comunidad, sino por un legado – que persiste – de estructuras, políticas y recursos limitados.
Cuando una rápida urbanización e industrialización provocó el desplazamiento de muchas comunidades rurales de las afueras de Atlanta a principios del siglo XX, enseguida brotaron barrios y florecieron industrias.
Lo que antes eran vibrantes tierras agrícolas se convirtieron selvas de cemento. En algunos barrios, como en la Zona 4, las familias luchaban por encontrar frutas y verduras frescas a una distancia caminable. Los residentes de escasos recursos quedaron a merced de las cadenas de comida rápida y tiendas de comestibles, que ofrecían poca comida sana, pero a precio de ganga. Este proceso se aceleró a mediados del siglo XX, cuando los blancos y negros de clase media se mudaron a los suburbios. Los supermercados y mercados de frutas y verduras los siguieron, dejando atrás a las comunidades del sur y el suroeste de Atlanta. A medida que crecieron los desiertos alimentarios, el problema fue ignorado, afectando de forma silenciosa las salud y el bienestar de incontables atlanteses.
Las consecuencias son nefastas: el reporte de acceso a los alimentos frescos de 2023 elaborado por la Universidad de Emory encontró que solo el 36% de las tiendas en barrios de mayorías negras venden frutas y vegetales, a comparación de un 61% en barrios con mayorías no-negras. Cerca del 20% de los hogares negros de Atlanta no tienen acceso garantizado a los alimentos. Hacen parte de los 44.2 millones de estadounidenses que tienen dificultades para alimentar a sus familias, de acuerdo con la información más reciente de la Universidad Emory. De ellos, 13 millones son niños como Ra-Ra.
En nuestra ciudad, los desiertos alimentarios tienden a ocurrir en áreas que antes eran de línea roja, lo que significa que son un resultado indirecto de la época de segregación racial de Jim Crow. Han sido empobrecidos sistemáticamente, lo que provocó un repunte de la delincuencia violenta en estas zonas en la década de 1990. Las políticas de esa época para combatir la delincuencia no hicieron sino aumentar la generalización de la perfilación racial, el acoso y la violencia a manos de las fuerzas del orden.
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Voluntarios comunitarios de Quilombolas de Luz Atlanta construyen un invernadero.
Crédito: Adrien "Canhao" Ghent
Fue en medio de esta situación cuando la religiosa Madre Clyde Robinson, de 97 años, y la evangelista Hermana DeBorah Williams fundaron el Mother Clyde Memorial West End Garden en agosto de 1994. Su objetivo era y sigue siendo erradicar del barrio un “adefesio urbano”.
La huerta se enfrentó a una batalla cuesta arriba. Una vez superado el obstáculo de la financiación, llegaron los retos de plantar, regar, deshierbar y hacer frente a plagas o enfermedades. Al depender de voluntarios, la gente podía dejar de participar cuando la vida se les complicaba. Hubo episodios de vandalismo y robos de plantas, herramientas e incluso dinero. Solo había una solución: crear un nuevo sentido de comunidad.
Los organizadores de la huerta organizaron reuniones comunitarias periódicas en las que invitaron a los residentes a compartir ideas, preocupaciones y aspiraciones para la huerta. Estas reuniones permitieron a los miembros de la comunidad participar en la toma de decisiones. Los miembros de la comunidad también compartieron información sobre la misión, los beneficios y las oportunidades de la huerta con sus vecinos, lo que ayudó a crear confianza y animó a más gente a involucrarse. Al involucrar a los miembros de la comunidad en los planes de cómo se vería la huerta en cinco, diez o veinte años, la gente se sintió incluida y con ganas de aprender y trabajar para lograr esas metas compartidas.
Hermana DeBorah Williams y voluntaria de la comunidad.
Credit: Redeem Atlanta
Voluntarios de la comunidad frente al mural original de Pepper Farm.
Crédito: Adrien "Canhao" Ghent
La huerta también se asoció con asociaciones barriales, colegios y organizaciones sin ánimo de lucro para hacer talleres y sesiones de formación. Y con el entendimiento de que la juventud juega un rol fundamental en el futuro de las comunidades, la huerta se alió con colegios y universidades cercanos. Organizaron visitas de campo en las que los estudiantes podían visitar la huerta, aprender sobre las prácticas de agricultura sostenible y participar en la siembra o cosecha. Como resultado, hoy, docenas de miembros de la comunidad de la Zona 4 de Atlanta crean este oasis alimentario. REDEEMED, el nombre de la organización sin ánimo de lucro que gestiona el huerto, ofrece a su comunidad alimentos frescos y saludables “de cosecha local”, procedentes de dos parques adoptados: el Lucile-Holderness Park y el Gordon White Park.
Cada año se producen suficientes cosechas de menta, romero, melocotones, manzanas, peras, calabazas, melones y pimientos, entre otros, para alimentar a cientos de personas.Nuestra huerta pertenece y es operada por los ancianos del barrio, con la hermana DeBorah liderando. Esto, pues creemos que debemos mantener vivas las costumbres y cultura Afro: en las comunidades africanas, los viejos son vistos como los “transmisores de la cultura" y como los “guardianes de los secretos de la vida”. Desde 1995, nuestros mayores han impulsado el programa “Redimiendo a nuestra juventud”, en el que enseñan a niños de 5 a 18 años técnicas de jardinería, agroindustria y habilidades de liderazgo.
La Hermana DeBorah Williams educa a los voluntarios de la comunidad.
Crédito: Adrien "Canhao" Ghent
Pero producir comida es solo el primer paso. Tenemos formación sobre enlatado y conservas, y los miembros de la comunidad venden cientos de productos enlatados cultivados en la ciudad en el Mercado Campesino West End Farmer's Market ATL. Nuestra meta a largo plazo es construir una cocina para formación de chefs para así entrenar, involucrar y emplear a los residentes en el enlatado, embotellamiento y conservación de alimentos del jardín, mientras trabajamos con otras huertas comunitarias en el área para crear una tienda que venda nuestros alimentos frescos. Esperamos que una beca de la Universidad Estatal Kennesaw que recibimos recientemente nos ayude a construir esta cocina.
Después de que la madre Clyde muriera a finales de los noventas a los 101 años, estamos expandiendo su legado dándole ropa a quienes la necesitan, ofreciendo formación en agricultura y vivienda a mujeres desplazadas y madres víctimas de violencia, así como programas de reinserción para ex delincuentes.
A través de mi trabajo en la huerta, puedo combinar mi pasión por la cocina, mi entendimiento de las prácticas agrícolas nigerianas y mi compromiso por mejorar el acceso a la comida nutritiva en entornos urbanos. Cada vez que le estoy enseñando a la gente a cocinar salteados, mariscos o setas a la plancha o a construir sabrosas ensaladas, se siente como un momento de realización personal.
La ocmpota de frutas frescas del chef Wellington Onyenwe.
Crédito: Wellington Onyenwe
Voluntarios comunitarios de Quilombolas de Luz Atlanta voltean mantillo en el jardín. Crédito: Adrien "Canhao" GhentCommunity volunteers from Quilombolas de Luz Atlanta turn mulch in the garden.
Credit: Adrien "Canhao" Ghent
¿Quién invitó a los policías al asado?
La culminación de los esfuerzos de la huerta urbana Mother Clyde Urban Farm se celebra anualmente en uno de los parques del West End de Atlanta. En esta fiesta de barrio, que llamamos “National Crime Night Out”, los vecinos disfrutan de las frutas y las verduras recogidas, preparadas, cocinadas y consumidas en los terrenos de la huerta. Casi 250 personas asistieron a esta celebración el año pasado. No muy lejos, las luces azules y rojas del Departamento de Policía de Atlanta parpadeaban.
Esta relación tensa – que se remonta a eventos como la Masacre/Disturbio Racial de Atlanta de 1906 – sigue siendo fuente de fricciones debido a la reciente y controvertida construcción del Centro de Formación de Seguridad Pública de Atlanta. Conocida más comúnmente como “Cop City”, esta edificación causa preocupación en algunos residentes de Atlanta, pues el área está rodeada sobre todo por habitantes negros que están en o por debajo de la línea de pobreza. El proyecto es visto como una continuación del trato injusto que reciben las comunidades negras y pobres de Atlanta, pues destruiría gran parte de la cubierta vegetal del bosque South River, también conocido como el bosque Weelaunee, lo que aceleraría el fenómeno de isla de calor en la zona.
Al igual que ocurrió con la Granja Urbana Mother Clyde, para mejorar las relaciones entre las fuerzas del orden y la comunidad hará falta toda una aldea. Los oficiales de policía tienen que reconocer y actuar respecto a los daños persistentes causados por sus tácticas, racismo y prejuicios sistémicos. Por su parte, las instituciones locales y estatales deben trabajar juntas para resolver problemas de base como la relación els sistema judicial con la pobreza, mejorar nuestro sistema de educación público, asegurarse de que haya opciones de vivienda económicas y mejorar la infraestructura y el transporte público. A cambio, nuestra comunidad podrá centrarse en nuestro papel vital en la construcción del futuro de la seguridad pública.
Me imagino un futuro en el que participemos activamente en los procesos de toma de decisiones respecto a las prácticas policiales, estableciendo iniciativas dirigidas por la comunidad centradas en la resolución y prevención de conflictos. Me imagino un barrio en el que los miembros de la comunidad sean capaces de hablar entre sí, con unas fuerzas de la ley que existan para promover el entendimiento, la confianza y la responsabilidad. En este futuro, la financiación de programas sociales como recursos para la salud mental, centro de tratamiento para quienes sufren de abuso de sustancias, el desarrollo juvenil, oportunidades de formación laboral e iniciativas comunitarias de justicia reparadora son una prioridad.
Sé que este escenario de ensueño está muy lejos para las comunidades de todo el país que enfrentan las mismas injusticias raciales y monetarias que abundan en la Zona 4. Aún así, me siento honrado y privilegiado de ser parte de la “aldea” de la Zona 4. He visto lo que mi aldea puede lograr. Juntos hemos cambiado el lugar donde trabajamos, jugamos y vivimos, haciendo posible que niños como Ra-Ra crezcan.
Voluntarios comunitarios con la Hermana DeBorah Williams.
Crédito: Brian "Pele Ogunseye" Ellis
Este ensayo ha sido elaborado gracias a la beca Agents of Change in Environmental Justice. Agents of Change capacita a líderes emergentes de entornos históricamente excluidos de la ciencia y el mundo académico que reimaginan soluciones para un planeta justo y saludable.