beauty justice

La autora, Denise Moreno Ramírez (izq.) de niña. (Crédito: Foto cedida por Denise Moreno Ramírez)

La autora, Denise Moreno Ramírez (izq.) de niña. (Crédito: Foto cedida por Denise Moreno Ramírez)

Opinión: Una carta de amor a las mujeres morenas ante la injusticia de la belleza

La definición colectiva de la belleza necesita cambiar para proteger a las trabajadoras y mujeres de color de químicos tóxicos.

Dicen que las apariencias no lo son todo, pero son algo. Desde niña lo sé en mis entrañas.


Llegué a la fiesta familiar en Nogales, Arizona, en mi camioneta de 18 años la tarde de un domingo a finales de 2022. Mi camioneta nunca me falla. Separados por la pandemia, no había visto a mi familia mexicana por años. Durante esos años de separación, completé un doctorado. Sabía que la mayor parte de mi familia no entendía por qué alguien se sometería a ese proceso de cuatro años. Les parecía extraño. Es un viaje arduo que no está hecho para gente que se ve como yo.

El olor a carne asada cocinándose en un barril clásico de metal nos rodeaba mientras le mostraba a mi primo mi nuevo retrato profesional. Preguntó, “¿por qué no estás usando maquillaje en esa foto?” y pensé “¿por qué no?”. Pero todo lo que pude decir fue “porque el maquillaje tiene cosas que no quieres poner en tu cara”. Nos reímos, pero lo que dijo tocó una fibra sensible. Me recordó cómo los estándares de belleza están en todas partes. Mi risa inmediata fue un velo que ocultó todo lo que había vivido en el pasado.

Este ensayo también está disponible en inglés

En México, como en todas partes, los estándares de belleza están racializados: cuanto más se acercan los rasgos de una persona a la blanquitud, más bella es percibida por la sociedad. Estos estándares de belleza han ayudado a consolidar estructuras de poder injustas en nuestro mundo – enviar el mensaje a las minorías étnicas y raciales de que son menos atractivas es una forma en la que la supremacía blanca se perpetúa. Generaciones de seres humanos han experimentado persecuciones por su color de piel, cómo se peinan y cómo se visten. Las personas de color, particularmente las mujeres negras, se han tenido que enfrentar a la discrimanción en sus lugares de trabajo por cosas triviales como su elección de peinado. Y, en la búsqueda por escapar de estos juicios, nos hemos puesto en riesgo: las mujeres de color tenemos mayores niveles de químicos en el cuerpo relacionados con productos de belleza que las mujeres blancas. Estos incluyen químicos ligados al cáncer, el asma, la aparición de impactos en los riñones y daños en los sistemas reproductivo y nervioso.

Nuestros cuerpos cargan un peso desproporcionado de la belleza. La industria de la belleza nos ha convencido de que nosotros, los consumidores, somos responsables de nuestra exposición a sustancias químicas nocivas, aunque estas empresas las añaden porque les resulta rentable hacerlo. Tienen pruebas de que estas sustancias químicas son perjudiciales. Y no sólo afectan a los consumidores: las trabajadoras de los salones de belleza también están muy expuestas a estos tóxicos.

Cuestionar el modo en que regulamos las sustancias químicas tóxicas y nuestra definición colectiva de belleza es clave para garantizar el bienestar de quienes se ven desproporcionadamente afectados por esta injusticia.

Estándares de belleza y racismo 

Fui la primera mujer de mi familia en generaciones nacida con una hermosa piel morena. Mi mamá mexicana se casó con mi padre indígena, lo que dio lugar a mi aspecto único en mi familia. Aún así, desde temprano, supe que los tonos cercanos al de la mayoría de europeos eran preferidos sobre el mío.

En la cultura mexicana, hay una lógica racista que privilegia a las complexiones similares a las europeas sobre las marrones. La lógica del mestizaje, que existe en la mayoría de países de América Latina, niega que el racismo existe y sugiere que todos los latinoamericanos, al ser una mezcla de europeos, indígenas y personas negras, son igualmente valorados. Pero, por supuesto, eso no sucede en la vida real. Quienes me rodeaban llamaban güerita o blanquita a una mujer típicamente bella. Vi mujeres manipulando sus atributos físicos para hacerlos coincidir con los de las güeritas. Mi perfil era raro dondequiera que mirara en los principales medios de comunicación y en la moda de México y Estados Unidos. Fue a través de estos mensajes que aprendí a moldear mi apariencia.

Con el tiempo, me he dado cuenta de que las inseguridades perpetradas por este aprisionante sistema de belleza alimentan un mercado de miles de millones de dólares. En 2019, las mujeres Latinas en los Estados Unidos gastaron más de US$2 mil millones en cosméticos – sobrepasando lo que paga el consumidor blanco promedio– más que nada comprando maquillaje dirigido explícitamente a nosotras que sostiene ideales de belleza racistas.

Al convertirme en científica, creí que podría escaparme del mandato. Después de todo, el desinterés por la apariencia es la insignia de honor de un científico. Albert Einstein usaba el mismo tipo de ropa por una razón e inspiró a muchos a hacerlo también. Pero, inclusive si lo intentara, no quepo en el molde del científico loco demasiado ocupado trabajando en su investigación para preocuparse por cómo se ve.

Como una científica de color trabajando en un campo dominado por personas blancas, mi color de piel, lo que uso y cómo me peino dice algo a quienes miran desde fuera. Uso productos y servicios de belleza para sentirme cómoda y encajar lo mejor posible. Pero en mi experiencia, los científicos sí se preocupan por su apariencia. Comparan. Quieren que su retrato quede bien. Y para las mujeres de color en la ciencia, esta insignia de honor de “no me importa la apariencia” no es una opción. Ser tomada en serio profesionalmente también significa preocuparse por la presentación física.

 Las trabajadoras de salones de belleza

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Tanto clientes como trabajadoras de los salones de belleza están expuestas a compuestos químicos en productos como tintes, aceites y relajantes, pero las trabajadoras están expuestas a estas sustancias químicas a diario. Crédito: Giorgio Trovato/Unsplash

La carga de la belleza, no obstante, no solo cae sobre los hombros de quienes gastamos horas y dólares para ajustarnos al estándar. Cuando pensamos sobre los riesgos químicos en una peluquería, es posible que pensemos en nosotras mismas sentadas en esa silla. Raramente paramos a pensar en cómo se ven impactadas las trabajadoras de estos lugares.

Las trabajadoras en pequeños salones de belleza son principalmente mujeres de color que trabajan por su cuenta y sobreviven con salarios bajos, haciendo trabajos físicamente demandantes sin seguro médico. También experimentan el sexismo y el racismo. Si bien tanto clientes como trabajadoras están expuestas a los compuestos químicos de productos como tintes de pelo, aceites y relajantes químicos, las trabajadoras están expuestas a estos químicos a diario. Y, aun así, no se ha estudiado lo suficiente todo el espectro de riesgos químicos a los que se enfrentan las esteticistas en su trabajo diario.

Por eso en la Facultad de Salud Pública Mel y Enid Zuckerman de la Universidad de Arizona queríamos entender los químicos a los que se exponen las trabajadoras de salones de belleza. Nuestra investigación llena el vacío existente en la comprensión de cómo los compuestos orgánicos volátiles, un conjunto de sustancias químicas que se convierten fácilmente en gas, interactúan en el entorno de los salones de belleza y qué intervenciones pueden proteger la salud de las trabajadoras.

En Tucson, Arizona, he visto de primera mano las repercusiones de décadas de lagunas normativas y aplicación laxa de la legislación en los pequeños negocios que visito. Las esteticistas sufren enfermedades y lesiones relacionadas con su profesión. Reportan sufrir de irritación pulmonar, alergias, inflamación y problemas cutáneos. La responsabilidad de garantizar la protección personal se traslada a estas trabajadoras, ya gravadas con impuestos, para que compren productos de belleza no tóxicos, identifiquen y eliminen los riesgos químicos o modifiquen los salones que no son de su propiedad. Este grupo de trabajadoras, que ayudan a muchos de nosotros a sentirnos seguros en nuestra propia piel, experimenta un violencia diaria y lenta que debe terminar.

Los padres de la autora, Denise Moreno Ramírez, en la década de 1970. Crédito: Foto cedida por Denise Moreno Ramírez

Las y los investigadores están tratando de ponerse al día y aportar evidencia para cambiar las políticas anticuadas. También nos afanamos por entender mejor los riesgos de salud de esta población. Necesitamos financiar estudios que analicen mezclas complejas de químicos, pues esta es la realidad de estos lugares de trabajo. Para proteger a las trabajadoras de salones de belleza en serio, también necesitamos eliminar o prohibir el uso de químicos dañinos en los productos cosméticos. Esto significa que como investigadores ambientales y de las ciencias de la exposición, no podemos evitar presionar para que haya cambios en la política pública o unirnos a coaliciones que hacen ese trabajo. Debemos investigar y luchar simultáneamente.

Para que haya un cambio real, debemos centrarnos en estas injusticias de la belleza, abogando por que las entidades gubernamentales estadounidenses supervisen la seguridad de las trabajadoras de los salones de belleza y los productos que utilizan. La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) recientemente conservó su capacidad para retirar de las estanterías productos de belleza que afectan a la salud humana, pero la agencia necesita más poder para solucionar el problema en su origen, como prohibir los productos químicos problemáticos como el formaldehído, los parabenos y los ftalatos, por nombrar sólo algunos. Es improbable que tengamos una vida sin sustancias químicas lesivas. No obstante, podemos abogar por políticas que den prioridad a la salud humana y al medio ambiente, incluso ante la incertidumbre en la ciencia y la política pública.

Cambiar nuestra definición colectiva de la belleza 

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La autora cuando era niña con su abuela y otros familiares. Crédito: Foto cedida por Denise Moreno Ramírez

Reflexioné sobre los estándares de belleza racializados en esa fiesta familiar el año pasado. Pero los recuerdo a donde quiera que vaya, en el trabajo o en casa. Nosotres, Latinxs, representamos muchos pares de pestañas postizas, paletas de sombra de ojos y botellas de aceite para el pelo para la industria de la belleza. Y a medida que la población Latinx crece en los Estados Unidos – se estima que para 2050 el 30% de la población norteamericana será hispana – podemos estar seguros de que la industria de la belleza se está preparando para mantener sus ventas al alza. Pero este cambio demográfico también significa que tendremos más poder para exigir responsabilidades a la industria por su apoyo y aprovechamiento de expectativas raciales y de género que nos hacen daño.

La definición colectiva de la belleza debe cambiar. Por eso la diversidad es esencial. Todes debemos amarnos por fuera y por dentro. Hoy me siento segura de mí misma, pero me ha llevado tiempo. Me siento mejor cuando puedo ser yo misma.

Si eres una mujer morena y estás leyendo esto: lo vamos a lograr. Si no lo eres: ¿lucharás a nuestro lado?

Este ensayo ha sido elaborado gracias a la beca Agents of Change in Environmental Justice. Agents of Change capacita a líderes emergentes de entornos históricamente excluidos de la ciencia y el mundo académico que reimaginan soluciones para un planeta justo y saludable.

About the author(s):

Denise Moreno Ramírez
Denise Moreno Ramírez
Dr. Denise Moreno Ramírez is an Agents of Change in Environmental Justice fellow and a Mexican Indigenous postdoctoral research associate at the Center for Toxicology and Mel and Enid Zuckerman College of Public Health at The University of Arizona.

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