public lands
Crédito: Carolyn E. Ramírez

Opinión: Los parques naturales no son neutrales. Debemos enfrentarnos a sus raíces racistas

Los espacios verdes deberían sentirse como un patio trasero para todes.

9 min read

Mientras el sol salía en un día de verano en los años sesenta, mi padre y sus amigos subían a un autobus en el Bronx para su viaje escolar anual de verano al Parque Estatal de Bear Mountain, al norte de los Apalaches.


Como un nuyorican de primera generación (de la diáspora puertorriqueña en Nueva York) creciendo en el sur del Bronx, mi papá no visitaba los parques naturales estatales ni nacionales porque mis abuelos no podían costearlo. Este era el único día del año que pasaba en las montañas caminando, nadando, remando una canoa y jugando, y mi padre lo esperaba con impaciencia todo el año. El resto del verano, mi papá pasaba su tiempo en las calles de la ciudad –el sur del Bronx era su patio trasero.

Este ensayo también está disponible en inglés

Hoy, un poco más de 50 años después, como científique del Natural Resources Defense Council en el área de ecología forestal y cambio climático, me encuentro recorriendo un bosque nacional diferente cada dos meses con una curiosidad que no había explotado en mí hasta los estudios de posgrado. Cuando éramos niñes, visitábamos a menudo el sur del Bronx. La comida, el ruido, los acentos marcados, la gente que se parecía a mí, todo se sentía como un hogar que había olvidado. Cuando visitábamos el patio trasero de papá, las caminatas o los campamentos no sentían como parte de la cultura a nuestro alrededor. Más bien, cuando pienso en esas visitas, recuerdo sentarme en la cocina de mi abuela, comiendo pizza y asopao. Recuerdo sentarme en el sofa cubierto por un plástico y jugar con mi hermano mientras el aire acondicionado bajo la ventana zumbaba de fondo. Recuerdo mirar por la ventana desde el piso 20 y ver como en la calle de abajo un carro parqueado le pitaba a otro tratando de estacionarse al lado. Recuerdo visitar el apartamento de mi tía Rosa, donde todo el mundo hablaba por encima de los demás en español y a todo pulmón. No recuerdo pensar en la “naturaleza”.

NYC subway

Carolyn E. Ramírez en la escuela primaria con su hermano gemelo y su padre en el metro de la ciudad de Nueva York.

Crédito: Carolyn E. Ramírez

Asociaba la naturaleza mucho más con la blanquitud, dados mis recuerdos de campamentos cuando era niñe en Missouri con la tropa de niñas exploradoras dirigida por mi madre, una mujer blanca de Texas. Los viajes para acampar con las niñas exploradoras eran uno de los momentos más divertidos de mi infancia, y yo atesoraba esas experiencias compartidas con mi mamá. Pero no estoy segure si en esos viajes llevaba todo mi ser o solamente la parte de mí que se sentía superficialmente normalizada por la comunidad blanca de la cual hacía parte. Cuando visitaba parques y bosques en mi infancia, recuerdo que veía muchas personas que se parecían a mi mamá, pero no tantas que se vieran como mi papá. Parte de ello puede explicarse por la demografía de Missouri, donde crecí (no habían muchos Latines). Pero ahora, tras haber vivido en muchos lugares y haber viajado a muchos parques y bosques nacionales, una cosa se ha mantenido igual: la mayoría de gente que veo en los caminos y cuidado los parques se parecen mucho más a mi familia materna que paterna.

Un análisis del sistema forestal de los Estados Unidos muestra que la gente blanca representa el 95% de los visitantes de los bosques nacionales (y el 77% de los parques nacionales), a pesar de que muchos de estos bosques están ubicados cerca a comunidades en donde la mayoría de los habitantes pertenece a alguna minoría. En la parte administrativa de la ecuación, las cosas no son muy distintas: en casi todas las reuniones o excursiones en las que participo por mi trabajo, soy la única persona Latine presente y rara vez hay personas de color representadas. Quienes están tomando las decisiones en el sector ambiental, especialmente respecto a la conservación de la naturaleza, son hombres blancos. A medida que los Estados Unidos se vuelve un país en el que las minorías son la mayoría de la población, las agencias federales han empezado a temer que menos gente se preocupará por los bienes naturales públicos debido a que la administración y el uso que ahora se hace de ellos es encabezado principalmente por blancos.

Gran parte de esta brecha racial y étnica en el uso de los territorios federales se achaca a la indiferencia o a la falta de interés de las personas de color y de otras identidades minoritarias, pero este punto de vista ignora el contexto crítico de cómo las identidades de las personas conforman su relación con los territorios públicos.

Los espacios verdes deberían sentirse un patio trasero para todes. Los administradores de parques y bosques, las agencias federales y los conservacionistas deben dejar de creer que estos son espacios “neutros”. Debemos afrontar sus raíces racistas y coloniales. El punto de vista de que nuestro sistemas de parques y bosques nacionales es bueno tal y como está y que son las comunidades marginadas quienes deben adaptarse a él privilegia las estructuras coloniales y de supremacía blanca que hoy los sostienen. Perseguir el manejo compartido de estas tierras con las comunidades indígenas, mirando ejemplos ya existentes como el co-manejo de bosques al norte de California con la tribu Yurok, y una profunda consideración por aquello que hace que las comunidades marginadas se sientan seguras, darían forma a una experiencia al aire libre más equitativa para todes.

La violenta historia de los territorios públicos “neutros”

Paisajes de la Sierra Nevada fotografiados por Ramírez durante un viaje de trabajo en el centro de California.

Crédito: Carolyn E. Ramírez

Recientemente, mi colega y yo visitamos el bosque nacional Stanislaus en la Sierra Nevada de California central para aprender sobre el paisaje y el manejo del mismo por parte del servicio forestal. Este bosque se asienta en los territorios ancestrales de las comunidades indígenas Sierra Me-wuk y Washoe, quienes vivieron allí durante por lo menos 8,000 años antes de la colonización europea. El mayor asedio a las tribus por parte de los colonos comenzó en la década de 1840, con el inicio de la Fiebre del Oro de California. Los mineros y colonos tomaron posiciones violentas en contra de los Sierra Me-wuk y los veían como obstáculos a su enriquecimiento en la “frontera del lejano oeste”. Diversas fuentes indican que los mineros y colonos asesinaron a cientos de indígenas Me-wuk entre 1847 y 1860, y que miles murieron antes de 1870 por diversas causas, entre ellos el hambre provocado por los desplazamientos forzados, las masacres y las enfermedades. Además, los colonos esclavizaron indígenas en las Sierras para que trabajaran en las minas. Como consecuencia, la población indígena de California disminuyó de 150.000 personas en 1848 a 30.000 después de 1870.

Manos en la tierra, corazón en la comunidad: Incendios culturales recurrentes

Esta herencia violenta retumba a lo largo y ancho de los Estados Unidos, en donde cientos de tribus fueron desplazadas forzosamente. Cuando los colonizadores europeos invadieron estas tierras, agotaron los recursos naturales y culturales que existían en abundancia, especialmente la madera. Durante milenios, las comunidades indígenas habían manejado los vastos bosques del continente con prácticas culturales como incendios controlados y el uso sostenible de la madera. Pero para los años 1600, los colonizadores empezaron a diezmar estos bosques, a menudo empleando mano de obra esclava indígena y africana, lo que representa un contexto importante para entender la relación que muchas personas indígenas y negras tienen hoy con las tierras forestales. Para finales del siglo XIX, las compañías madereras coloniales habían deforestado por completo la mayor parte de los bosques del este.

sierra nevada

Paisajes de la Sierra Nevada fotografiados por Ramírez durante un viaje de trabajo en el centro de California.

Crédito: Carolyn E. Ramírez

A medida que la fiebre maderera se expandía hacia el oeste, algunos colonizadores empezaron a considerar la gravedad de destruir los paisajes naturales y comenzaron a abogar por la protección federal de los bosques. Buena parte de sus ideas sobre manejo forestal se basaron en técnicas alemanas, que se apoyan en “la precisión matemática” para “el manejo y explotación de los recursos forestales” en lugar de consultar a las comunidades indígenas que eran –y aún son – los expertos en el manejo de estos bosques. En este contexto, el Congreso aprobó el Acta de Reservas Forestales de 1891, que le dio al presidente el poder de crear reservas forestales en el oeste de los Estados Unidos. El proceso inició bajo la administración del presidente Harrison. En 1905, el Servicio Forestal de los Estados Unidos (USFS, por sus siglas en inglés) fue creado oficialmente bajo el ala del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos. Hoy, el USFS maneja 155 bosques nacionales y 20 praderas nacionales, administradas separadamente del Servicio Nacional de Parques Naturales.

Nuestro paisaje forestal moderno sería más árido de lo que es hoy si no se hubiera producido la defensa que rodeó el nacimiento del USFS. Sin embargo, es crítico notar el contexto histórico racista y colonial que rodeó la creación de la agencia y la completa falta de participación de los grupos marginalizados. La creación del USFS sucedió después del periódo de reconstrucción que siguió a la guerra civil norteramericana, en medio de las atrocidades que forzaron a las comunidades indígenas a abandonar sus territorios ancestrales y mientras las personas negras se enfrentaban a pocas oportunidad laborales y de propiedad de la tierra, a pesar del fin de la esclavitud.

A lo largo de la historia norteamericana, los colonizadores blancos han clamado haber revolucionado la administración de la tierra, pues consideraban que las tierras ancestrales de los indígenas estaban intactas y que eran un capital desaprovechado, negándose a reconocer el impacto humano que los indígenas habían tenido en la tierra durante milenios antes de la colonización. Pedalearon la idea de que las tierras públicas son lugares pacíficos y neutrales – nunca antes tocados por “los seres humanos”, una vez se dieron cuenta de los efectos catastróficos de su actuar colonizador. Pero estas tierras no eran – ni son – neutrales, ni tampoco estaban libres de huellas humanas antes de que llegaran los colonizadores. Como he aprendido de los científicos indígenas en nuestra cohorte, la idea de las tierras públicas como espacios salvajes y neutrales es, de hecho, violenta. La habilidad de los colonizadores para envolver a las tierras públicas bajo una capa de neutralidad – ignorando los siglos de genocidio y conflicto que tuvieron lugar en ellas – es un acto de violencia y borramiento de la vida indígena. La neutralidad se asienta en la seguridad, la falta de conflicto y la ausencia de traumas. Para las personas de color y aquellos pertenecientes a otras identidades minoritarias, las tierras públicas no son neutras, pues ellas encierran muchos riesgos para nuestra seguridad personal que se desprenden de las cicatrices causadas por el colonialismo.

La seguridad personal para las personas marginalizadas no está garantizada en las tierras públicas 

Como una persona puertorriqueña queer, me enfrento a retos en la protección de los bosques que mis homólogos blancos, hombres cis, nunca afrontarán. Hay regiones de este país en donde mi apellido puede desencadenar en una petición de mis papeles migratorios (los cuales no tengo, pues los puertorriqueños somos ciudadanos norteamericanos) o donde mi presencia puede verse como una intrusión en un paisaje que de otro modo sería solo para personas blancas.

La sensación de seguridad personal determina quienes visitan y manejan las tierras forestales. Como una persona de etnicidad puertorriqueña y raza blanca, mi blanquitud me blinda contra la discriminación en estos espacios. Las personas de color no cuentan con esta protección. En este país, los bosques y demás espacios al aire libre tienen una profunda historia de violencia contra las personas de color, incluyendo el asesinato de personas negras y marrones al aire libre a manos de colonizadores blancos racistas – desde los tiempos de la esclavitud hasta la era del Jim Crow – por métodos violentos como el linchamento, entre otros. Los llamados “pueblos del atardecer” en los Estados Unidos eran (y muchos aún son) pueblos violentos y racistas, exclusivamente de habitantes blancos, que representan amenazas peligrosas para las personas negras y no-blancas, especialmente después del atardecer. La violencia que ha sido dirigida contra las personas negras y otras personas de color en estos pueblos es, muchas veces, perpetuada por la policía local.

Por ello, para hacer que las tierras públicas sean más seguras para las personas de color, no podemos incrementar la presencia de policía como respuesta. La mayoría de personas negras y de color desconfían de la policía. Esa desconfianza está justificada por la historia de brutalidad policial en las ciudades norteamericanas. Pero esta violencia no se reduce a las ciudades, como se hizo evidente tras el asesinato del defensore de los bosques Afro-venezolane Manuel “Tortuguita” Teran a manos de la policía en Atlanta. Tortuguita hacía parte del Defend the Atlanta Forest (Defiende el bosque de Atlanta), una coalición que protege el bosque Weelaunee de la deforestación que causaría la construcción de una base de entrenamiento policial cerca a una comunidad mayoritariamente negra. Otro defensor de ese bosque le dijo al medio Democracy Now! que “la partida [de Tortuguita] fue una tragedia prevenible. El asesinato de Tortuguita es una flagrante violación tanto de la humanidad como de esta preciosa Tierra, a la que elle amaba con tanto fervor.”

Para que estos espacios sean más acogedores para las minorías, deberíamos en cambio disminuir la inversión en cuerpos policiales y destinar esos recursos monetarios a las comunidades locales de mayoría minoritaria para apoyar mejor sus centros comunitarios, la atención sanitaria, la educación y los programas de cogestión tribal, creando un vínculo más profundo entre las agencias federales y las comunidades.

Cuando las agencias federales se lamentan por el mínimo interes que las comunidades de color tienen respecto al manejo y cuidado de las tierras federales, no están considerando cómo la identidad de las personas y su experiencias vitales moldean su relación con esas tierras. Como dice mi papá, “al no saber que existían, no las extrañaba”. Si bien no podemos reescribir la historia, sí podemos tener en cuenta este importante contexto para que las comunidades marginadas sean centrales en el futuro del manejo de las tierras federales.

Carolyn E. Ramírez, Ph.D., trabaja como investigadore de planta en el Natural Resources Defense Council, donde se centran en proteger de la tala los bosques maduros y antiguos de tierras federales para preservar estos árboles como soluciones climáticas naturales y componentes clave de la biodiversidad ecológica. También están explorando los componentes clave de justicia medioambiental de su trabajo forestal federal mediante la colaboración con las tribus y una profunda consideración de los cambios sistémicos que deben producirse en la gestión forestal gubernamental para que los espacios verdes sean el patio trasero de todos. Carolyn tiene un doctorado en ingeniería química por la Northwestern University. Síguelos en twitter @CRami77.

Este ensayo ha sido elaborado gracias a la beca Agents of Change in Environmental Justice. Agents of Change capacita a líderes emergentes de entornos históricamente excluidos de la ciencia y el mundo académico para reimaginar soluciones para un planeta justo y saludable.

About the author(s):

Carolyn E. Ramirez

Carolyn E. Ramírez, Ph.D., is a staff scientist at the Natural Resources Defense Council where they focus on protecting mature and old growth forests on federal lands from logging to preserve these trees as natural climate solutions and key components of ecological biodiversity.

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Mientras el sol salía en un día de verano en los años sesenta, mi padre y sus amigos subían a un autobus en el Bronx para su viaje escolar anual de verano al Parque Estatal de Bear Mountain, al norte de los Apalaches.


Como un nuyorican de primera generación (de la diáspora puertorriqueña en Nueva York) creciendo en el sur del Bronx, mi papá no visitaba los parques naturales estatales ni nacionales porque mis abuelos no podían costearlo. Este era el único día del año que pasaba en las montañas caminando, nadando, remando una canoa y jugando, y mi padre lo esperaba con impaciencia todo el año. El resto del verano, mi papá pasaba su tiempo en las calles de la ciudad –el sur del Bronx era su patio trasero.

Este ensayo también está disponible en inglés

Hoy, un poco más de 50 años después, como científique del Natural Resources Defense Council en el área de ecología forestal y cambio climático, me encuentro recorriendo un bosque nacional diferente cada dos meses con una curiosidad que no había explotado en mí hasta los estudios de posgrado. Cuando éramos niñes, visitábamos a menudo el sur del Bronx. La comida, el ruido, los acentos marcados, la gente que se parecía a mí, todo se sentía como un hogar que había olvidado. Cuando visitábamos el patio trasero de papá, las caminatas o los campamentos no sentían como parte de la cultura a nuestro alrededor. Más bien, cuando pienso en esas visitas, recuerdo sentarme en la cocina de mi abuela, comiendo pizza y asopao. Recuerdo sentarme en el sofa cubierto por un plástico y jugar con mi hermano mientras el aire acondicionado bajo la ventana zumbaba de fondo. Recuerdo mirar por la ventana desde el piso 20 y ver como en la calle de abajo un carro parqueado le pitaba a otro tratando de estacionarse al lado. Recuerdo visitar el apartamento de mi tía Rosa, donde todo el mundo hablaba por encima de los demás en español y a todo pulmón. No recuerdo pensar en la “naturaleza”.

NYC subway

Carolyn E. Ramírez en la escuela primaria con su hermano gemelo y su padre en el metro de la ciudad de Nueva York.

Crédito: Carolyn E. Ramírez

Asociaba la naturaleza mucho más con la blanquitud, dados mis recuerdos de campamentos cuando era niñe en Missouri con la tropa de niñas exploradoras dirigida por mi madre, una mujer blanca de Texas. Los viajes para acampar con las niñas exploradoras eran uno de los momentos más divertidos de mi infancia, y yo atesoraba esas experiencias compartidas con mi mamá. Pero no estoy segure si en esos viajes llevaba todo mi ser o solamente la parte de mí que se sentía superficialmente normalizada por la comunidad blanca de la cual hacía parte. Cuando visitaba parques y bosques en mi infancia, recuerdo que veía muchas personas que se parecían a mi mamá, pero no tantas que se vieran como mi papá. Parte de ello puede explicarse por la demografía de Missouri, donde crecí (no habían muchos Latines). Pero ahora, tras haber vivido en muchos lugares y haber viajado a muchos parques y bosques nacionales, una cosa se ha mantenido igual: la mayoría de gente que veo en los caminos y cuidado los parques se parecen mucho más a mi familia materna que paterna.

Un análisis del sistema forestal de los Estados Unidos muestra que la gente blanca representa el 95% de los visitantes de los bosques nacionales (y el 77% de los parques nacionales), a pesar de que muchos de estos bosques están ubicados cerca a comunidades en donde la mayoría de los habitantes pertenece a alguna minoría. En la parte administrativa de la ecuación, las cosas no son muy distintas: en casi todas las reuniones o excursiones en las que participo por mi trabajo, soy la única persona Latine presente y rara vez hay personas de color representadas. Quienes están tomando las decisiones en el sector ambiental, especialmente respecto a la conservación de la naturaleza, son hombres blancos. A medida que los Estados Unidos se vuelve un país en el que las minorías son la mayoría de la población, las agencias federales han empezado a temer que menos gente se preocupará por los bienes naturales públicos debido a que la administración y el uso que ahora se hace de ellos es encabezado principalmente por blancos.

Gran parte de esta brecha racial y étnica en el uso de los territorios federales se achaca a la indiferencia o a la falta de interés de las personas de color y de otras identidades minoritarias, pero este punto de vista ignora el contexto crítico de cómo las identidades de las personas conforman su relación con los territorios públicos.

Los espacios verdes deberían sentirse un patio trasero para todes. Los administradores de parques y bosques, las agencias federales y los conservacionistas deben dejar de creer que estos son espacios “neutros”. Debemos afrontar sus raíces racistas y coloniales. El punto de vista de que nuestro sistemas de parques y bosques nacionales es bueno tal y como está y que son las comunidades marginadas quienes deben adaptarse a él privilegia las estructuras coloniales y de supremacía blanca que hoy los sostienen. Perseguir el manejo compartido de estas tierras con las comunidades indígenas, mirando ejemplos ya existentes como el co-manejo de bosques al norte de California con la tribu Yurok, y una profunda consideración por aquello que hace que las comunidades marginadas se sientan seguras, darían forma a una experiencia al aire libre más equitativa para todes.

La violenta historia de los territorios públicos “neutros”

Paisajes de la Sierra Nevada fotografiados por Ramírez durante un viaje de trabajo en el centro de California.

Crédito: Carolyn E. Ramírez

Recientemente, mi colega y yo visitamos el bosque nacional Stanislaus en la Sierra Nevada de California central para aprender sobre el paisaje y el manejo del mismo por parte del servicio forestal. Este bosque se asienta en los territorios ancestrales de las comunidades indígenas Sierra Me-wuk y Washoe, quienes vivieron allí durante por lo menos 8,000 años antes de la colonización europea. El mayor asedio a las tribus por parte de los colonos comenzó en la década de 1840, con el inicio de la Fiebre del Oro de California. Los mineros y colonos tomaron posiciones violentas en contra de los Sierra Me-wuk y los veían como obstáculos a su enriquecimiento en la “frontera del lejano oeste”. Diversas fuentes indican que los mineros y colonos asesinaron a cientos de indígenas Me-wuk entre 1847 y 1860, y que miles murieron antes de 1870 por diversas causas, entre ellos el hambre provocado por los desplazamientos forzados, las masacres y las enfermedades. Además, los colonos esclavizaron indígenas en las Sierras para que trabajaran en las minas. Como consecuencia, la población indígena de California disminuyó de 150.000 personas en 1848 a 30.000 después de 1870.

Manos en la tierra, corazón en la comunidad: Incendios culturales recurrentes

Esta herencia violenta retumba a lo largo y ancho de los Estados Unidos, en donde cientos de tribus fueron desplazadas forzosamente. Cuando los colonizadores europeos invadieron estas tierras, agotaron los recursos naturales y culturales que existían en abundancia, especialmente la madera. Durante milenios, las comunidades indígenas habían manejado los vastos bosques del continente con prácticas culturales como incendios controlados y el uso sostenible de la madera. Pero para los años 1600, los colonizadores empezaron a diezmar estos bosques, a menudo empleando mano de obra esclava indígena y africana, lo que representa un contexto importante para entender la relación que muchas personas indígenas y negras tienen hoy con las tierras forestales. Para finales del siglo XIX, las compañías madereras coloniales habían deforestado por completo la mayor parte de los bosques del este.

sierra nevada

Paisajes de la Sierra Nevada fotografiados por Ramírez durante un viaje de trabajo en el centro de California.

Crédito: Carolyn E. Ramírez

A medida que la fiebre maderera se expandía hacia el oeste, algunos colonizadores empezaron a considerar la gravedad de destruir los paisajes naturales y comenzaron a abogar por la protección federal de los bosques. Buena parte de sus ideas sobre manejo forestal se basaron en técnicas alemanas, que se apoyan en “la precisión matemática” para “el manejo y explotación de los recursos forestales” en lugar de consultar a las comunidades indígenas que eran –y aún son – los expertos en el manejo de estos bosques. En este contexto, el Congreso aprobó el Acta de Reservas Forestales de 1891, que le dio al presidente el poder de crear reservas forestales en el oeste de los Estados Unidos. El proceso inició bajo la administración del presidente Harrison. En 1905, el Servicio Forestal de los Estados Unidos (USFS, por sus siglas en inglés) fue creado oficialmente bajo el ala del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos. Hoy, el USFS maneja 155 bosques nacionales y 20 praderas nacionales, administradas separadamente del Servicio Nacional de Parques Naturales.

Nuestro paisaje forestal moderno sería más árido de lo que es hoy si no se hubiera producido la defensa que rodeó el nacimiento del USFS. Sin embargo, es crítico notar el contexto histórico racista y colonial que rodeó la creación de la agencia y la completa falta de participación de los grupos marginalizados. La creación del USFS sucedió después del periódo de reconstrucción que siguió a la guerra civil norteramericana, en medio de las atrocidades que forzaron a las comunidades indígenas a abandonar sus territorios ancestrales y mientras las personas negras se enfrentaban a pocas oportunidad laborales y de propiedad de la tierra, a pesar del fin de la esclavitud.

A lo largo de la historia norteamericana, los colonizadores blancos han clamado haber revolucionado la administración de la tierra, pues consideraban que las tierras ancestrales de los indígenas estaban intactas y que eran un capital desaprovechado, negándose a reconocer el impacto humano que los indígenas habían tenido en la tierra durante milenios antes de la colonización. Pedalearon la idea de que las tierras públicas son lugares pacíficos y neutrales – nunca antes tocados por “los seres humanos”, una vez se dieron cuenta de los efectos catastróficos de su actuar colonizador. Pero estas tierras no eran – ni son – neutrales, ni tampoco estaban libres de huellas humanas antes de que llegaran los colonizadores. Como he aprendido de los científicos indígenas en nuestra cohorte, la idea de las tierras públicas como espacios salvajes y neutrales es, de hecho, violenta. La habilidad de los colonizadores para envolver a las tierras públicas bajo una capa de neutralidad – ignorando los siglos de genocidio y conflicto que tuvieron lugar en ellas – es un acto de violencia y borramiento de la vida indígena. La neutralidad se asienta en la seguridad, la falta de conflicto y la ausencia de traumas. Para las personas de color y aquellos pertenecientes a otras identidades minoritarias, las tierras públicas no son neutras, pues ellas encierran muchos riesgos para nuestra seguridad personal que se desprenden de las cicatrices causadas por el colonialismo.

La seguridad personal para las personas marginalizadas no está garantizada en las tierras públicas 

Como una persona puertorriqueña queer, me enfrento a retos en la protección de los bosques que mis homólogos blancos, hombres cis, nunca afrontarán. Hay regiones de este país en donde mi apellido puede desencadenar en una petición de mis papeles migratorios (los cuales no tengo, pues los puertorriqueños somos ciudadanos norteamericanos) o donde mi presencia puede verse como una intrusión en un paisaje que de otro modo sería solo para personas blancas.

La sensación de seguridad personal determina quienes visitan y manejan las tierras forestales. Como una persona de etnicidad puertorriqueña y raza blanca, mi blanquitud me blinda contra la discriminación en estos espacios. Las personas de color no cuentan con esta protección. En este país, los bosques y demás espacios al aire libre tienen una profunda historia de violencia contra las personas de color, incluyendo el asesinato de personas negras y marrones al aire libre a manos de colonizadores blancos racistas – desde los tiempos de la esclavitud hasta la era del Jim Crow – por métodos violentos como el linchamento, entre otros. Los llamados “pueblos del atardecer” en los Estados Unidos eran (y muchos aún son) pueblos violentos y racistas, exclusivamente de habitantes blancos, que representan amenazas peligrosas para las personas negras y no-blancas, especialmente después del atardecer. La violencia que ha sido dirigida contra las personas negras y otras personas de color en estos pueblos es, muchas veces, perpetuada por la policía local.

Por ello, para hacer que las tierras públicas sean más seguras para las personas de color, no podemos incrementar la presencia de policía como respuesta. La mayoría de personas negras y de color desconfían de la policía. Esa desconfianza está justificada por la historia de brutalidad policial en las ciudades norteamericanas. Pero esta violencia no se reduce a las ciudades, como se hizo evidente tras el asesinato del defensore de los bosques Afro-venezolane Manuel “Tortuguita” Teran a manos de la policía en Atlanta. Tortuguita hacía parte del Defend the Atlanta Forest (Defiende el bosque de Atlanta), una coalición que protege el bosque Weelaunee de la deforestación que causaría la construcción de una base de entrenamiento policial cerca a una comunidad mayoritariamente negra. Otro defensor de ese bosque le dijo al medio Democracy Now! que “la partida [de Tortuguita] fue una tragedia prevenible. El asesinato de Tortuguita es una flagrante violación tanto de la humanidad como de esta preciosa Tierra, a la que elle amaba con tanto fervor.”

Para que estos espacios sean más acogedores para las minorías, deberíamos en cambio disminuir la inversión en cuerpos policiales y destinar esos recursos monetarios a las comunidades locales de mayoría minoritaria para apoyar mejor sus centros comunitarios, la atención sanitaria, la educación y los programas de cogestión tribal, creando un vínculo más profundo entre las agencias federales y las comunidades.

Cuando las agencias federales se lamentan por el mínimo interes que las comunidades de color tienen respecto al manejo y cuidado de las tierras federales, no están considerando cómo la identidad de las personas y su experiencias vitales moldean su relación con esas tierras. Como dice mi papá, “al no saber que existían, no las extrañaba”. Si bien no podemos reescribir la historia, sí podemos tener en cuenta este importante contexto para que las comunidades marginadas sean centrales en el futuro del manejo de las tierras federales.

Carolyn E. Ramírez, Ph.D., trabaja como investigadore de planta en el Natural Resources Defense Council, donde se centran en proteger de la tala los bosques maduros y antiguos de tierras federales para preservar estos árboles como soluciones climáticas naturales y componentes clave de la biodiversidad ecológica. También están explorando los componentes clave de justicia medioambiental de su trabajo forestal federal mediante la colaboración con las tribus y una profunda consideración de los cambios sistémicos que deben producirse en la gestión forestal gubernamental para que los espacios verdes sean el patio trasero de todos. Carolyn tiene un doctorado en ingeniería química por la Northwestern University. Síguelos en twitter @CRami77.

Este ensayo ha sido elaborado gracias a la beca Agents of Change in Environmental Justice. Agents of Change capacita a líderes emergentes de entornos históricamente excluidos de la ciencia y el mundo académico para reimaginar soluciones para un planeta justo y saludable.

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